La vida de Molly era dura. Su principal preocupación era su hijo Tommy. El cambio constante de escuelas y ciudades no era bueno para él.
Empezó a intimidar a otros niños y a iniciar peleas. Nunca imaginó que una llamada al despacho del director le devolvería una parte de su vida que creía perdida.
Molly estaba sentada en silencio frente a su marido, Nigel, mientras compartían un tenso almuerzo. El tintineo de los cubiertos era el único sonido que rompía el pesado silencio que había entre ellos.
La frustración de Nigel era evidente en la forma en que hurgaba en su comida, sin apenas probar bocado. Tenía el ceño fruncido y la boca apretada.
Por último, murmuró en voz baja: «Esto está demasiado cocido», apartando el plato con una mirada de desdén.
Molly sintió que se le encogía el corazón al oír sus palabras. Se había esforzado al máximo con la comida, pero parecía que ya nada de lo que hacía agradaba a Nigel. Sus siguientes palabras la hirieron aún más.
«¿Y por qué no consigues que tu hijo se comporte? Siempre está causando problemas y nos complica la vida».
La forma en que Nigel se refería a Tommy como «tu hijo» le escocía. Nunca llamaba a Tommy «nuestro hijo», siempre se distanciaba del chico.
A pesar de llevar tantos años juntos, Nigel nunca había asumido plenamente a Tommy como suyo.
Tommy no era hijo biológico de Nigel, pero Molly tenía la esperanza de que, con el tiempo, llegaría a quererlo como debería hacerlo un padre.
En cambio, las constantes mudanzas y la inestabilidad parecían estar destrozando a la familia, y la impaciencia de Nigel se acentuaba cada día que pasaba.
Nigel había luchado por encontrar un trabajo estable, saltando de una ciudad a otra, aceptando cualquier trabajo a tiempo parcial que encontraba.
Cada vez que perdía un empleo, volvían a desarraigar sus vidas, empaquetando sus pertenencias y mudándose a un nuevo lugar.
Molly había intentado apoyarlo, cuidando de Tommy y haciendo todo lo posible por mantener unida a su pequeña familia. Pero a Tommy, que sólo tenía ocho años, la agitación constante le estaba pasando factura.
Cada vez que se mudaban, Tommy tenía que adaptarse a un nuevo colegio, nuevos amigos y nuevos profesores.
No era de extrañar que empezara a portarse mal en el colegio. Sólo el año pasado había cambiado tres veces de colegio, y cada vez le resultaba más difícil seguir el ritmo.
Los frecuentes traslados hacían que nunca tuviera la oportunidad de asentarse, de sentir que pertenecía a algún sitio.
Molly se preocupaba por él constantemente, sabía lo mucho que le costaba, pero se sentía impotente para ayudar.
El teléfono sonó de repente, rompiendo el incómodo silencio que se había apoderado de la mesa.
Molly atendió, temiendo lo que pudiera traer la llamada.
Cuando oyó la voz al otro lado, su corazón se hundió aún más.
«Señora Jones, tenemos que hablar de Tommy», era la voz de la señora Kolinz, la directora del colegio. Su tono era serio, y Molly sabía lo que se avecinaba.
«Se está comportando de forma muy disruptiva, y nos gustaría que viniera mañana a la escuela para hablar con su docente».
Molly suspiró, con el corazón encogido. Aquella conversación era inevitable. Aceptó reunirse con el maestro, esperando contra toda esperanza que aquello no condujera a otra expulsión.
Si expulsaban a Tommy de este colegio, encontrar otro dispuesto a acogerlo sería casi imposible.
El peso de la situación la oprimió mientras colgaba el teléfono, sintiéndose más sola e indefensa que nunca.
Al día siguiente, Molly entró en el colegio con la pequeña mano de Tommy entre las suyas. Los pasillos estaban en silencio, pero su corazón latía con fuerza a cada paso que daban hacia el despacho del director.
Las paredes parecían cerrarse sobre ella, amplificando su ansiedad. Podía sentir cómo Tommy la apretaba, reflejo de su propia inquietud.
Deseó poder consolarlo, pero sus propios nervios la abrumaban demasiado.
Cuando se acercaron a la puerta del fondo del pasillo, Molly se dio cuenta de que estaba ligeramente entreabierta.
Respiró hondo y se asomó al interior, donde vio la familiar figura de la Sra. Kolinz, la directora del colegio, sentada tras su escritorio.
A su lado había un hombre de espaldas a la puerta. A Molly se le cortó la respiración al darse cuenta de quién era.
Era él. Christian. Su ex novio de hacía casi nueve años. El hombre al que una vez había amado profundamente. El que la abandonó.
Christian la miró directamente a los ojos y ella supo que él también la reconocía. Pero ambos comprendieron que era mejor guardárselo para sí mismos por ahora.
Molly apartó rápidamente sus pensamientos sobre Christian, obligándose a centrarse en la situación que tenía entre manos. No era el momento de pensar en el pasado.
La Sra. Kolinz levantó la vista cuando Molly y Tommy entraron en la habitación.
«Señora Jones», comenzó, con tono profesional y firme, «gracias por venir. El señor Rogers, que es el maestro del chico, y yo tenemos que hablar con usted sobre el comportamiento de Tommy».
«Últimamente es bastante preocupante, y no podemos tolerar más interrupciones en el aula. Si sigue así, quizá tengamos que pedirle que abandone la escuela».
A Molly se le encogió el corazón al oír aquellas palabras. Había estado temiendo esta conversación, sabiendo que el comportamiento de Tommy empeoraba con cada movimiento que hacían.
Pero este colegio era su última esperanza, el único lugar que había aceptado acoger a Tommy después de tantos rechazos. Si lo expulsaban de aquí, no sabía qué harían.
«Por favor, señora Kolinz», suplicó Molly, con la voz temblorosa por la emoción. «Tommy sólo necesita más tiempo para adaptarse».
«Nos hemos mudado mucho y ha sido muy duro para él. No es un mal chico; sólo le cuesta encontrar su sitio. Esta escuela es nuestra última esperanza. Si tiene que irse, no sé adónde iremos».
La señora Kolinz se ablandó ligeramente, sus ojos mostraron un atisbo de simpatía, pero se mantuvo firme en su postura.
«Comprendemos que Tommy ha pasado por muchas cosas, señora Jones. Pero tenemos que pensar también en los demás alumnos. Le daremos una oportunidad más, pero si hay otro incidente, será la última».
Molly asintió, con el corazón oprimido por la preocupación. Sabía que las probabilidades estaban en su contra, pero no tenía más remedio que esperar que Tommy pudiera cambiar las cosas.
Cuando terminó la reunión, guió suavemente a Tommy fuera del despacho y por el pasillo hacia el coche.
Tenía la mente acelerada, llena de temores sobre el futuro y los retos que le aguardaban.
Justo cuando llegaron al coche, oyó una voz que la llamaba, una voz que le produjo un escalofrío.
«Molly, espera».
Se dio la vuelta lentamente, con el corazón latiéndole con fuerza al mirar a Christian.
«Tommy, entra en el coche y espérame», le dijo suavemente a su hijo, que obedientemente subió al asiento trasero.
Molly observó cómo cerraba la puerta antes de volverse para mirar al hombre que no esperaba volver a ver.
La voz de Christian era suave, pero el peso de sus palabras golpeó a Molly como una tonelada de ladrillos.
Pudo ver la auténtica preocupación en sus ojos, una preocupación que no había esperado encontrar después de tantos años.
Siempre había sido una persona afectuosa, pero oírle ahora, admitiendo sus remordimientos, era algo para lo que no se había preparado.
«Christian…» Molly empezó, con la voz apenas por encima de un susurro. Se esforzaba por contener sus emociones.
«Dejaste muy claro entonces que no querías la responsabilidad. Te marchaste sin mirar atrás. ¿Qué cambia ahora?»
La expresión de Christian se suavizó y respiró hondo, como si intentara reunir las palabras adecuadas.
«Tenía miedo, Molly. Era joven y estúpido, y no me daba cuenta de a lo que estaba renunciando. No ha pasado un solo día en que no haya pensado en ti… en lo que podríamos haber tenido».
Exhaló.
«Cuando vi a Tommy, todo encajó. Vi tanto de mí mismo en él, y me di cuenta de lo que me había perdido. No puedo deshacer el pasado, pero ahora quiero hacer las cosas bien».
«Nigel es ahora el padre de Tommy», dijo Molly, aunque su voz carecía de convicción.
«He hecho una vida con él, y no puedo tirarla por la borda».
«No te pido que tires nada por la borda, Molly. Sólo quiero estar ahí para Tommy. Merece conocer a su verdadero padre, y quiero ayudarlo en todo lo que pueda».
Se acercó más.
«He visto antes a niños como él: niños que se portan mal porque les falta algo importante en la vida. Sé que puedo ser eso para él, y quizá… quizá podamos encontrar la forma de que esto funcione».
A Molly le dolía el corazón por el peso de la decisión a la que se enfrentaba. Sabía que Christian tenía razón: Tommy necesitaba más de lo que Nigel le proporcionaba. Pero admitirlo era como traicionar la vida que tanto se había esforzado por construir.
«Por favor, piénsatelo», dijo Christian, con voz suave pero suplicante.
«No te pido una respuesta ahora mismo. Pero quiero que sepas que estoy aquí y que esta vez no iré a ninguna parte».
Molly asintió lentamente, con la mente acelerada. «Lo pensaré», susurró, con la voz llena de incertidumbre.
Christian le dedicó una pequeña sonrisa esperanzada. «Es todo lo que te pido. Tómate tu tiempo, Molly. Estaré aquí cuando estés preparada».
Molly volvió a casa con Tommy por la tarde. Decidió llevar a su hijo a dar una vuelta después del colegio y cenar fuera. Al abrir la puerta, la familiar imagen de Nigel tumbado en el sofá la recibió.
Tenía la camisa arrugada y una botella de whisky medio vacía sobre la mesa. La habitación estaba en penumbra y el ambiente olía a alcohol y a aire viciado.
Nigel había perdido otro trabajo y, en lugar de enfrentarse a sus problemas, había optado por adormecerse con la bebida.
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Molly suspiró profundamente, con el corazón oprimido. Aquella no era la vida que había imaginado para ella ni para su hijo. Lo acompañó a la cama; ya tenía sueño y, en cuanto tocó las sábanas, cerró los ojos.
Echó un vistazo al pequeño y desordenado apartamento, lleno de objetos que habían ido acumulando a lo largo de años de mudarse de un sitio a otro, sin asentarse nunca.
La decisión que había estado evitando durante tanto tiempo se hizo clara de repente. Era hora de marcharse, de darle a Tommy una vida mejor, en la que pudiera sentirse estable y querido.
En silencio, Molly hizo unas cuantas maletas, recogiendo la ropa de Tommy y sus juguetes favoritos. Comprobó si Nigel se había despertado y, tras ver que seguía dormido, fue a por su hijo.
Se movía con una determinación que no había sentido en años. Cuando todo estuvo listo, sacudió suavemente a Tommy para que se despertara.
«Vamos, Tommy. Nos vamos», le dijo suavemente.
Tommy se frotó los ojos, aún medio dormido. «¿Adónde vamos, mamá?
Molly sonrió, con el corazón hinchado por una nueva sensación de esperanza. «Vamos a quedarnos con alguien que se preocupa por nosotros. Alguien que quiere formar parte de nuestras vidas».